dilluns, 30 de desembre del 2013

Miedo al akelarre, Filósofa Frívola

El sábado había convocada en Madrid una concentración feminista con motivo del día mundial por la despenalización del aborto. Para sorpresa de todas nosotras, la presencia de la convocatoria en las redes no tuvo como protagonista la despenalización del aborto, sino la penalización del feminismo. Por


¿Por qué tanto revuelo? Porque se trataba de una convocatoria no mixta (sólo mujeres). Y esto es una cosa que hace tirarse mucho de los pelos a los tíos que van de feministas. Y digo “que van” y no “que son” feministas porque aún no he conocido a un solo hombre feminista que no comprenda los motivos por los que se decide convocar una concentración no mixta.

Y es que hay en el mundillo activista un terrible problema de rechazo visceral a los espacios no mixtos. Existe una especie de recelo machorril, disfrazado de incomprensión, que a las feministas nos trae de cabeza. Parece ser que es mucho pedir que entiendan que las mujeres, como grupo oprimido, necesitamos tener nuestros propios espacios de empoderamiento, donde tomar la palabra sin coacciones externas, donde sentirnos libres y entre iguales.


¿Qué se esconde detrás de este resentimiento tan profundo de algunos anarcomachos y machistas-leninistas hacia los espacios no mixtos? El “no comprendo por qué no puedo ir a tu mani, si soy un un aliado” tiene unas raíces profundísimas en nuestra cultura. Este asunto va mucho más allá de sentirse rechazado o en segundo plano en un espacio (los hombres tienen falta de costumbre a este respecto), más allá de que al compa le cueste darse cuenta de que no le toca ser protagonista por una vez. Lo que subyace es el clásico miedo a la conspiración femenina. Miedo al akelarre, miedo de lo que a las mujeres solas, sin tutelaje masculino de ninguna clase, se les pueda ocurrir cuando ponen a funcionar su inteligencia colectiva sin influencia fálica.

El miedo al akelarre ha existido siempre en las sociedades patriarcales. Lo cuenta muy bien Federici en Calibán y La Bruja. No hay nada como romper los círculos íntimos de mujeres si se trata de debilitarlas como sujetos autónomos. De ahí viene todo el desprecio por el “gossip”, el tiempo “perdido” de cháchara con las amigas. De ahí viene sacar a la clásica comadrona de la sala de partos para meter al médico varón, en una astuta maniobra de control sobre lo que hacen las mujeres con sus cuerpos.

Para que nos entendamos: un espacio feminista no mixto es una sala de partos sin médico varón. Y eso es muy peligroso. Se puede llegar a dar la circunstancia de que las mujeres tomen las riendas de su colectivo, de su activismo, y en definitiva de sus vidas. Puede incluso darse el caso… ¡de que decidan ALGO sin contar con la opinión de los chicos! (¡lo que llevan haciendo ellos con nosotras toda la historia de la humanidad!) Y esto es muy intolerable.

Hay un capítulo muy diver de Los Simpson en el que Marge acude a una terapeuta para enfrentarse a su miedo a volar. A Homer no le hace mucha gracia. Sostiene que ese tipo de profesionales suele culpar al marido de todos los males de la esposa. Mientras está diciendo esto, la terapeuta confirma escribiendo en su libreta “Problema: MARIDO”. Los supuestos feministas indignados con nuestros espacios de sistahs only son Homers de la vida.

En el rechazo a los espacios no mixtos encuentras, a poquito que rascas, la necesidad masculina de control, aunque traten de camuflarlo torpemente con la consabida “Es que los problemas de la clase obrera son los mismos, seas hombre o mujer”. Ja. Están aterrorizados ante la perspectiva de que les culpemos de todo, de que nos volvamos todas lesbianas por proximidad, como quien sincroniza unas reglas, y les abandonemos para siempre. Y detrás de esos miedos tan absurdos, pero tan extendidos, hay terribles complejos de culpa e inseguridades que ningún hombre verdaderamente feminista albergaría nunca, porque los hombres feministas saben perfectamente cuál es su lugar en la lucha, y cuándo toca echarse a un ladito.

Siempre que hay algún evento reivindicativo por nuestra emancipación, un día al que llamar nuestro, una jornada de lucha, de compartir, de gritar juntas, acabamos hablando inevitablemente de los tíos. Hasta en nuestras fechas más señaladas consiguen ser los protagonistas, bien por sus enfados a causa de una convocatoria que no les incluye, bien porque se pasan gritando “nosotros parimos, nosotros decidimos” como si les fuera a crecer un útero de un momento a otro y alguien les llama la atención.

Al final el tema central de discusión no fue, como cabría esperar, la despenalización del aborto, sino con qué derecho convocamos una mani a la que MI agraviado rabo no está invitado. Que no os engañen. A estos camaradas el feminismo se la suda. Lo importante son sus medallitas de “hombre feminista del año”, taaaaan feministas que son incapaces de dejar a las mujeres tener su propio espacio sin cogerse un berrinche.

Así, nuestras reivindicaciones sobre derechos reproductivos se ven relegadas una vez más a un segundo plano. Porque resulta mucho más acuciante dar explicaciones y calmar el orgullo de macho herido al que se le ha denegado el acceso a un Girls Only Club. Para UN maldito club de Girls Only que hay. 


republiacado de madriz.com

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